“Las concesiones unilaterales, para dar muestras de nuestra “buena voluntad”, son algo estúpido y peligroso”.
Richard Nixon
La guerra que el Estado Mexicano ha declarado a los cárteles de la droga se siente en toda la sociedad mexicana.
Todos los días, en los diarios del país y el extranjero, no dejan de ser reportadas ejecuciones, incluso en masa, ataques a fuerzas armadas y policiales del gobierno, así como detenciones de delincuentes y ataques a inocentes. Aunque abundan las notas, en algunos estados es difícil el flujo de información debido a ataques a periodistas que revelan datos y nombres de narcotraficantes, donde les ha costado la vida. Según estudiosos, estas acciones y escalada de violencia son realizadas para la desestabilización y desmoralización de la población, y para obtener un control pleno de autoridades, plazas de distribución y en general del país al servicio del narcotráfico, siguiendo el ejemplo de los casos de Colombia y el Perú para obtenerlo. El conflicto, según Carlos Pascual, embajador de Estados Unidos en México, entre otros críticos, señalan que el narcotráfico "amenaza a todo el hemisferio", y que la guerra contra éste, según especialistas está aún muy lejos de terminar por años e incluso décadas.
Como analista, es natural seguir este fenómeno y analizar, e incluso aventurarse a hacer recomendaciones de cómo, desde nuestro punto de vista, deberían ser las cosas. El pasado 9 de diciembre; sin embargo, me tocó vivir esta guerra de una manera diferente.
Desde mayo del 2010, por proyectos de trabajo, yo, mi esposa y un mes después mi hijo de 17 años nos mudamos a Morelia, Michoacán.
El 9 de diciembre, a las 07:00, llevé a mi hijo a la estación de autobuses de Morelia para que fuera a pasar las vacaciones de fin de año con su mamá. Después de hacerlo, me dirigí a una cita de trabajo donde por primera me comentaron sobre una balacera en Apatzingán. Hasta ahí, sólo lo asimilé como una de tantas noticias que ya, lamentablemente, nos hemos acostumbrado a recibir todos los días.
Fue cuando me dirigí a mi oficina vi un inusual movimiento de Federales y Ejército, y se veía en la ciudad que los elementos policiales estaban casi ausentes, y los que se llegaban a ver estaban en grupos de al menos cinco elementos.
Ya después supimos lo que ya es noticia, bloqueos de todas las entradas a Morelia, balaceras en algunos puntos, camiones y automóviles particulares incendiados... Traté, sin conseguirlo, de comunicarme con mi hijo, que había salido al DF en el autobús de las 08:45. No fue hasta las 14:00 cuando funcionarios de la empresa me aseguraron que la unidad había llegado a su destino.
Poco tiempo después, estábamos haciendo unas compras cuando en la caja una señora comentaba los hechos y nos decía “hay que hacer algo, porque no es posible que nos pongan en esta situación”. Hasta ahí, estaba de acuerdo con la señora, que tenía a su esposo imposibilitado de entrar a la ciudad. Lo que me preocupó fue lo que dijo a continuación “tenemos que unirnos, porque este gobierno no nos puede hacer esto”.
¿El gobierno? ¿Fue el gobierno el que quemó autobuses y autos particulares para bloquear las carreteras? ¿Fue el gobierno el que a punta de pistola impedían a ciudadanos y Federales entrar a la ciudad? ¿Acaso el gobierno debe rendirse a los cárteles de la droga, dejando que manejen el país a su antojo?
Es alarmante cómo el enojo de el ciudadano común y corriente por este hecho no se dirige a los perpetradores, sino al gobierno. Es curioso cómo partidos políticos, periodistas e intelectuales hablan de una estrategia fallida en esta guerra contra los cárteles de la droga; pero no ofrecen una alternativa.
No quiero ahondar en el hecho de sí la estrategia del presidente Calderón es correcta o no. Quiero enfatizar que ahora, una vez iniciada esta ofensiva, ya no hay marcha atrás. No es posible que haya ciudades en donde la gente tenga que pedir permiso a los narcos para transitar o trabajar. No es posible que los narcos se sientan dueños de las ciudades, pensando que pueden matar, tomar mujeres, vaciar restaurantes, arrebatar propiedades sin que la ley no intervenga. No es posible vivir así.
Aunque en México el narcotráfico surge a partir del porfiriato y se consolida en el gobierno de Lázaro Cárdenas; pero no fue sino hasta el régimen de Miguel De la Madrid Hurtado cuando se destapó, a gran escala, la cloaca de este flagelo a la sociedad mexicana. En ese sexenio florecieron los cárteles de las drogas y los poderosos capos del trasiego de estupefacientes.
Según la fiscalía federal, los cárteles han incursionado en la compra de hoteles, restaurantes, constructoras y líneas aéreas.
A finales de los años 90, los narcos cambiaron su comportamiento y empezaron a involucrar a la sociedad en balaceras y conductas agresivas, cerrando bares, asesinando inocentes, paseándose armados en las calles de muchas ciudades, principalmente de Sinaloa, Tamaulipas y Sonora.
La ofensiva contra el narcotráfico tiene que variar; pero no detenerse. El Estado Mexicano tiene que demostrar, hoy más que nunca, que está dispuesto a aplicar toda la fuerza de que dispone para liberar a la sociedad mexicana de unos sujetos que intentan transformar a México en un Narcoestado descarado y cínico.
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