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30 dic 2010

Una historia de esperanza



“Cuando veas un hombre bueno, trata de imitarlo; cuando veas un hombre malo, reflexiona.”
Confucio


Las fiestas de fin de año, siempre traen consigo un tufillo que no me gusta. Hay amigos que me dicen que soy como el Grinch, y que me fijo mucho en los aspectos negativos más que en los positivos.

¿Qué no me gusta de estas épocas?

Las aglomeraciones. A cualquier centro comercial, supermercado, restaurante, carretera u hotel que uno vaya, va a tener que hacer fila.

Los abusivos. Quizá sean las aglomeraciones las que traen consigo que la gente saque lo peor de sí. Precisamente un par de días antes de Navidad, mi esposa estaba comprando algunos regalos de última hora cuando una señora olímpicamente se metió y puso sus compras en la caja. Ante los reclamos, la santa señora ni siquiera se dignó a mirar y así, se salió con la suya. Quién no se ha topado con el desvergonzado que se estaciona en un lugar de discapacitados, la señora gorda que nos empuja en las tiendas de almacén, el que se atreve a arrebatarnos productos de nuestras manos...

Las películas. Odio las películas que tratan de la desaparición de Santa Claus y como ello puede arruinar la Navidad. Se pone acento en un hecho que ni siquiera tiene que ver con la fecha. Me molesta que el gordito de la barba blanca sea el personaje principal de una celebración totalmente distinta.

Los hipócritas. ¿No le ha pasado que hay una persona que le cae mal, y usted sabe que el sentimiento es reciproco, y aún así lo abraza y “le desea todo lo mejor”? Gente que nos desea todos los parabienes; pero sólo de “dientes para afuera”, como si fuera obligación decir ciertas frases a todo el mundo.

Podría seguir, ad infinitum, con esta lista negra; pero tengo que admitir que este año hubo un hecho que me hizo mucho más receptivo al famoso espíritu navideño.

Hace un par de semanas tomé un vuelo de Poza Rica a Ciudad de México, llegando a mi destino alrededor de las 17:30. Aunque soy del DF, temporalmente vivo en Morelia, por lo que decidí salir ese mismo día a mi casa, confiando en hacer las tres horas de trayecto que usualmente hago.

A final de cuentas, estaba tomando la carretera a Toluca a las 20:00, por lo que, muy a mi pesar, me tocó manejar ya sin luz natural.

A la altura de Atlacomulco se reventó un neumático. Independientemente del susto, logré estacionar mi auto en un pequeño supermercado a las afueras de la ciudad. Resignado, me dispuse a cambiar mi llanta, no sin cierto resquemor, ya que en mi vida había cambiado un neumático y mis conocimientos de mecánica son casi nulos.

Mis temores se convirtieron en angustia cuando descubrí que no sabía usar el gato de mi coche. Recordé que a unos cien metros del super había un módulo de la policía federal, lo que me dio un poco de ánimo.

Al llegar al módulo, comprendí que ese no era el mejor de mis días, ya que nadie abrió la puerta. Al parecer, hay un horario específico y no había nadie de guardia.

Regresé a mi auto como corbata de Jaime Mausán: Fuera de lugar, desencajado, sintiéndome absurdo, desamparado, y sin que nadie quisiera siquiera acercárseme.

Cuando regresé al coche, dispuesto a dilucidar los misterios del gato (el del coche), salía una señora con dos niños de aproximadamente 6 y 4 años. Todos ellos con bolsas de compras. Antes de ellos, ya había pedido ayuda a unos dependientes de una gasolinera, por lo que ni siquiera se me ocurrió pedir indicaciones o ayuda a la mujer, que subió a su auto y se fue del estacionamiento.

Después de fracasar en mi segundo intento por descifrar al gato, decidí caminar en dirección opuesta, con la esperanza de encontrar ayuda de alguna manera. Sin embargo, cuando me dirigía a no sé donde, un Volkswagen sedan, de los llamados vochos, viejo y destartalado se me acercó y de ahí salió la señora que previamente había salido del super con sus dos pequeños:

-- Disculpe señor, ¿puedo ayudarle en algo?

Imagínese usted que va manejando en la noche por la carretera y de repente ve a un hombre de 1.83 de estatura, fornido a la orilla de la carretera. ¿Usted se pararía a ayudarlo?

¿Qué oportunidad tenía un tipo como yo, de ser auxiliado por una señora con dos niños pequeños? Más aún: ¿Qué oportunidad tenía de que me ayudara alguien? Hasta ese momento, toda mi esperanza se basaba en ver a los Ángeles Verdes en algún momento.

-- Pues, la verdad... sí señora, contesté, se ponchó mi llanta y la verdad no sé cómo funciona el gato que traigo en la cajuela.

--Mire, me dijo, yo traigo un gato, a lo mejor ese podría servirle.

Atónito, vi como la señora se estacionó de vuelta y sacó de la cajuela el gato, que por cierto, tampoco supe cómo utilizar.

Después de unos 20 minutos de intentos, avergonzado de mi torpeza e ignorancia en la mecánica automotriz y de tener a la señora tratando de ayudarme con dos niños pequeños a las 22:00 a la orilla de una carretera, no salía de mi asombro cuando la sacrosanta señora me dijo solícita:

-- Si quiere, lo llevo a un taller que está acá cerca, para que le ayuden con su llanta.

Pues me subí a su coche, cuya puerta derecha ni siquiera cerraba bien, a unos 40 km por hora a la vulcanizadora que estaba más cerca de lo que imaginaba. A unos 200 metros de dónde me encontraba. Todavía la señora me trajo de vuelta, con todo y mecánico al estacionamiento del centro comercial.

En este punto, yo, con todo el agradecimiento que pude expresar, le pedí a la señora que se fuera a su casa, ya que era muy tarde y no quería que por mi culpa ella estuviera a esas horas en la carretera. Antes de que se fuera; sin embargo, le pregunté cómo fue que ella decidió regresar a ayudarme:

-- Es que cuando me subí a mi coche lo vi muy desesperado y me dije: este señor necesita ayuda. Por eso decidí regresar a ayudarle.

Cuando yo era niño, era común que saliera con mis amigos a jugar a la calle sin necesidad de que algún adulto nos vigilara. En alguna ocasión, hace unos 20 años, me toco pararme en la carretera a ayudar a una familia varada a la orilla de la carretera México-Cuernavaca.

La criminalidad nos ha cambiado. No sólo es el hecho de que podamos ser víctimas de una balacera, un secuestro, un asalto. El mal está mucho más adentro de lo que nos atrevemos a admitir. Los criminales nos han secuestrado en nuestras propias casas. En nuestra propia mente.

Nadie ayuda a nadie, por temor a ser engañado y ser parte de las estadísticas criminales. Ya no hay niños jugando en las calles. Ya nadie confía en ayudar a quienes lo necesitan, ya no confiamos ni en nuestros vecinos.

La inseguridad por la que atraviesa el país nos ha quitado el bien más valioso. La confianza.

Esta es mi historia de Navidad. Una historia dedicada a Luz, la mujer que me enseñó que a pesar del mal que nos circunda debemos retomar nuestra libertad de circular por las calles, nuestra libertad de ayudar a quien lo necesite y dejar de ser un desierto de 112 millones de personas.

danielcastillobriones.webnode.mx
Twitter: @d_castillo_b

21 dic 2010

La liberación del Jefe Diego y las elecciones del 2011

“La ausencia reduce las pasiones pequeñas e intensifica las grandes, así como el viento apaga una vela y aviva el fuego”.
La Rochefoucauld


Se dice que la política no tiene palabra de honor, haciendo referencia a que muchos se sienten ya seguros en un puesto y por una razón u otra, se quedan sin el ansiado “hueso”.
Hasta la semana pasada, el hombre que se veía como el próximo presidente de México era Enrique Peña Nieto, candidato del PRI.
No se veía, hasta ese momento, una figura que pudiera competirle al actual gobernador del Estado de México, que ha hecho una “precampaña” muy eficaz, y se ha sabido colar en las preferencias del electorado mexicano.
El PRD sigue muy dañado en la imagen después de los bloqueos y berrinches de López Obrador, y se ve que va a ser difícil que el enfrentamiento entre Marcelo Ebrard y López Obrador para ser el candidato de una posible coalición de izquierda vaya a ayudarles a ganar más votos. Yo me atrevería a decir que si Ebrard se quedara con la candidatura, López Obrador se lanzaría también a la carrera presidencial con el PT; aunque ni siquiera se acercará a la cantidad de votantes del 2006.
Hasta ayer, el PAN no ofrecía una figura con la fuerza para pelear en las elecciones presidenciales. El PAN sufre una crisis de liderazgo como nunca antes. Se les acabaron las figuras carismáticas. Un factor; sin embargo, ha cambiado. Ahora que Fernández de Ceballos fue “liberado”, automáticamente se convierte en el candidato presidencial que el PAN tanto añora en este momento.
El panorama político del país ha cambiado. Los asesores de Peña Nieto seguramente recuerdan que López Obrador, hace seis años, se veía a sí mismo en la silla presidencial y hasta hablaba de vivir en el Palacio de Gobierno en vez de los Pinos. La liberación del Jefe Diego sin duda ha arruinado la luna de miel del priista.
Un punto más para el Jefe Diego: La ausencia. Esta es la herramienta más útil para los políticos. El político que es muy visto se expone a que surjan celos, resentimientos e intrigas para mermar su imagen pública. Diego Fernández de Ceballos fue perdiendo el respeto del que gozó en otros tiempos. Cuando un político es muy visto, cuando se habla mucho de él, se va degradando su valor. El político que desaparece en el momento oportuno va generando respeto y estima. El público en general tiende a olvidar los pecados de las personas públicas con el paso del tiempo.
 Pensemos en un ejemplo regional: Alán García, en el Perú, donde su primera gestión de gobierno se caracterizó por la peor crisis económica en la historia del país con una insólita hiperinflación, un recrudecimiento de los embates del terrorismo liderado por Sendero Luminoso, y por diversos actos de corrupción que involucraban a gente del régimen que repercutió en un gran descontento social. Las diversas acusaciones provocaron que en 1991 fuera retirado temporalmente del Senado para llevarle a cabo una investigación. Producida la crisis constitucional de 1992, escapó hacia Colombia y Francia aduciendo una persecución política hacia su persona por parte del régimen de Alberto Fujimori.
 Nadie pensaría en ese momento que en el 2006 García ganaría las elecciones presidenciales de nuevo. La ausencia de la escena pública fue un factor decisivo en este triunfo electoral. Dicho sea de paso, la historia ha vuelto a repetirse: corrupción y crisis han acompañado su segundo período igual que en el primero.
 Cosa curiosa: Cuando Peña Nieto se casó con Angélica Rivera, perdió el voto de simpatía que tenía por el hecho de su viudez, que ahora Diego Fernández de Ceballos tendría, ya que, a los ojos del votante, él ha sufrido la delincuencia y violencia que gran parte del país está sufriendo. Una víctima de secuestro, político hábil y prácticamente invencible en los debates, el Jefe Diego de la noche a la mañana es un serio aspirante a la presidencia.
 Lo que el jefe Diego tiene en contra: Enrique Peña Nieto es mucho más atractivo y joven a las cámaras y el voto femenino definitivamente no estaría con él, al igual que el voto de los jóvenes que encontraría más fácil identificarse con el priista que con el casi septuagenario panista.
 Por supuesto, dentro de todas las conjeturas que pueden hacerse, está la teoría de que este secuestro haya sido falso y cuidadosamente orquestado para fines electorales; aunque hasta ahora no hay ninguna evidencia que apunte en esa dirección. No obstante, una mirada en la red para ver como la imaginación popular, tan dada a las teorías de conspiración, ha encontrado en esta teoría un inacabable caudal de comentarios en este sentido.
 Por supuesto, hasta ahora ni siquiera se ha mencionado la candidatura de Diego Fernández; pero no cabe duda que muchos panistas verían con buenos ojos un candidato con la fuerza del veterano político. La propaganda y la mercadotecnia tienen ahora la palabra.

14 dic 2010

¿La guerra perdida?

“Las concesiones unilaterales, para dar muestras de nuestra “buena voluntad”, son algo estúpido y peligroso”.
Richard Nixon


La guerra que el Estado Mexicano ha declarado a los cárteles de la droga se siente en toda la sociedad mexicana.

Todos los días, en los diarios del país y el extranjero, no dejan de ser reportadas ejecuciones, incluso en masa, ataques a fuerzas armadas y policiales del gobierno, así como detenciones de delincuentes y ataques a inocentes. Aunque abundan las notas, en algunos estados es difícil el flujo de información debido a ataques a periodistas que revelan datos y nombres de narcotraficantes, donde les ha costado la vida. Según estudiosos, estas acciones y escalada de violencia son realizadas para la desestabilización y desmoralización de la población, y para obtener un control pleno de autoridades, plazas de distribución y en general del país al servicio del narcotráfico, siguiendo el ejemplo de los casos de Colombia y el Perú para obtenerlo. El conflicto, según Carlos Pascual, embajador de Estados Unidos en México, entre otros críticos, señalan que el narcotráfico "amenaza a todo el hemisferio", y que la guerra contra éste, según especialistas está aún muy lejos de terminar por años e incluso décadas.

Como analista, es natural seguir este fenómeno y analizar, e incluso aventurarse a hacer recomendaciones de cómo, desde nuestro punto de vista, deberían ser las cosas. El pasado 9 de diciembre; sin embargo, me tocó vivir esta guerra de una manera diferente.

Desde mayo del 2010, por proyectos de trabajo, yo, mi esposa y un mes después mi hijo de 17 años nos mudamos a Morelia, Michoacán.

El 9 de diciembre, a las 07:00, llevé a mi hijo a la estación de autobuses de Morelia para que fuera a pasar las vacaciones de fin de año con su mamá. Después de hacerlo, me dirigí a una cita de trabajo donde por primera me comentaron sobre una balacera en Apatzingán. Hasta ahí, sólo lo asimilé como una de tantas noticias que ya, lamentablemente, nos hemos acostumbrado a recibir todos los días.

Fue cuando me dirigí a mi oficina vi un inusual movimiento de Federales y Ejército, y se veía en la ciudad que los elementos policiales estaban casi ausentes, y los que se llegaban a ver estaban en grupos de al menos cinco elementos.

Ya después supimos lo que ya es noticia, bloqueos de todas las entradas a Morelia, balaceras en algunos puntos, camiones y automóviles particulares incendiados... Traté, sin conseguirlo, de comunicarme con mi hijo, que había salido al DF en el autobús de las 08:45. No fue hasta las 14:00 cuando funcionarios de la empresa me aseguraron que la unidad había llegado a su destino.

Poco tiempo después, estábamos haciendo unas compras cuando en la caja una señora comentaba los hechos y nos decía “hay que hacer algo, porque no es posible que nos pongan en esta situación”. Hasta ahí, estaba de acuerdo con la señora, que tenía a su esposo imposibilitado de entrar a la ciudad. Lo que me preocupó fue lo que dijo a continuación “tenemos que unirnos, porque este gobierno no nos puede hacer esto”.

¿El gobierno? ¿Fue el gobierno el que quemó autobuses y autos particulares para bloquear las carreteras? ¿Fue el gobierno el que a punta de pistola impedían a ciudadanos y Federales entrar a la ciudad? ¿Acaso el gobierno debe rendirse a los cárteles de la droga, dejando que manejen el país a su antojo?

Es alarmante cómo el enojo de el ciudadano común y corriente por este hecho no se dirige a los perpetradores, sino al gobierno. Es curioso cómo partidos políticos, periodistas e intelectuales hablan de una estrategia fallida en esta guerra contra los cárteles de la droga; pero no ofrecen una alternativa.

No quiero ahondar en el hecho de sí la estrategia del presidente Calderón es correcta o no. Quiero enfatizar que ahora, una vez iniciada esta ofensiva, ya no hay marcha atrás. No es posible que haya ciudades en donde la gente tenga que pedir permiso a los narcos para transitar o trabajar. No es posible que los narcos se sientan dueños de las ciudades, pensando que pueden matar, tomar mujeres, vaciar restaurantes, arrebatar propiedades sin que la ley no intervenga. No es posible vivir así.

Aunque en México el narcotráfico surge a partir del porfiriato y se consolida en el gobierno de Lázaro Cárdenas; pero no fue sino hasta el régimen de Miguel De la Madrid Hurtado cuando se destapó, a gran escala, la cloaca de este flagelo a la sociedad mexicana. En ese sexenio florecieron los cárteles de las drogas y los poderosos capos del trasiego de estupefacientes.

Según la fiscalía federal, los cárteles han incursionado en la compra de hoteles, restaurantes, constructoras y líneas aéreas.

A finales de los años 90, los narcos cambiaron su comportamiento y empezaron a involucrar a la sociedad en balaceras y conductas agresivas, cerrando bares, asesinando inocentes, paseándose armados en las calles de muchas ciudades, principalmente de Sinaloa, Tamaulipas y Sonora.

La ofensiva contra el narcotráfico tiene que variar; pero no detenerse. El Estado Mexicano tiene que demostrar, hoy más que nunca, que está dispuesto a aplicar toda la fuerza de que dispone para liberar a la sociedad mexicana de unos sujetos que intentan transformar a México en un Narcoestado descarado y cínico.

15 nov 2010

La revolución... ¿mexicana?

Estamos a punto de celebrar el centenario de la revolución, que la historia oficial nos a enseñado a rendir culto, como un logro de los mexicanos.Sin embargo, la realidad es muy distinta. Digamos que esa revolución no fue escrita con tinta mexicana.
A los inicios de la revolución, además del maderismo, había otro grupo de oposición encabezado por los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón. Ricardo fue uno de los miembros más activos del grupo liberal que desde 1902 empezó a hacer propaganda para lograr un cambio de régimen en el país. Al principio su programa se concretaba a ciertas demandas sociales; pero luego fue degenerando hacia el marxismo.
Desde el exilio, en San Luis Missouri; en San Antonio, Texas y en Los Ángeles, los Flores Magón hicieron alianzas con el Partido Socialista de Estados Unidos, con la American Federation of Labour, con la Industrial Workers of the World y con la legión extranjera de Stanley Williams, que invadió Baja California en 1911.
La segunda división del ejército liberal magonista, conducida por Carl Rhys Pryce, capturó Tijuana el 9 de mayo de 1911 y su bandera era la roja del bolchevismo.
En 1910 el grupo magonista alentaba desde el extranjero los desórdenes en México y enviaron agentes que no pudieron provocar nuevas huelgas; pero que organizaron brotes de revoltosos. Estos operaban en gavillas que asaltaban por sorpresa pequeños poblados; pero que no constituían ningún frente revolucionario; aunque creaban malestar. Los agitadores más audaces inducían entre la gente ignorante la demagógica idea de que arrebatándoles a los ricos sus tesoros, los pobres se volverían ricos y doblemente felices porque ya no tendrían que trabajar. Sin embargo, no hubo movimientos en masa y en lo general el país seguía en paz.
Un año antes, Francisco Chávez, detective mexicano del séquito de Díaz, informó que un italiano apellidado Garibaldi y un hermano de Madero se habían entrevistado con Pascual Orozco, después de lo cual recogieron municiones en Fort Bliss, Texas. Este informe se corroboró días más tarde cuando una gavilla de 11 guerrilleros, encabezada por el propio Pascual Orozco, penetró en territorio mexicano, cerca de Tierra Blanca, Chihuahua, procedente de Texas. Las autoridades locales rindieron un parte de novedades en el que describían a Orozco como “abigeo”, pues de momento era su única actividad visible.
El presidente Taft había ordenado apoyo al movimiento contra Díaz, por lo que Orozco pudo disponer de armas nuevas y de suficientes municiones con lo cual fue aumentando sus efectivos. El desierto de Chihuahua era terreno propicio para pegar un día en un poblado y al otro aparecer en un punto muy distante, casi sin dejar rastro.
En numerosos periódicos de Estados Unidos se publicaban informaciones alentadoras para los opositores al gobierno mexicano y cuando éste protestó por el contrabando de armas se le dijo que era muy difícil evitarlo.[1]
Los Estados Unidos provenían a Orozco y Villa de pistolas, carabinas, municiones, carrilleras y gorras texanas y éstos podían ir sumando gente a “la bola”, y en total llegaron a tener más de 5 mil hombres.
Así, poco después “The Army and Navy Journal”, de Nueva York, informaba en un análisis militar que Villa tenía una columna de 4,500 hombres bien vestidos, con modernos rifles estadounidenses “Remington”, con ametralladoras rápidas, abundancia de municiones, servicio de intendencia, médicos, enfermeros y medicinas. Nada de eso era verdad.
Al calor de ese foco rebelde, don Francisco I. Madero- que había estado unos días en Nueva Orleáns-, volvió a cruzar la frontera el 14 de febrero de 1911, o sea casi tres meses después de la fecha que señalo en su exhortación de San Antonio para que el país se levantara en armas.
Madero era acompañado del estadounidense Somerfield, el italiano Garibaldi y el holandés Viljoen. La escolta de Madero y otros grupos armados trataron de capturar el poblado de Casas Grandes; pero fueron derrotados. Por si solas, sus operaciones armadas no llevaban visos de prosperar. Surgían y desaparecían gavillas en diversos estados; pero sus tropelías causaban a veces más desprestigio que utilidad a la causa.
Por su parte, el gobierno de Taft ya había aceptado una especie de embajada en Washington por parte de los revolucionarios, a cargo de José Vasconcelos.
La caída de Ciudad Juárez era una caída sensible para el régimen sobre el cual nadie había osado poner mano; pero no era una derrota irreparable. El ejército estaba intacto. Sin embargo, Porfirio Díaz percibió el mar de fondo que había en este hecho y envió delegados para que ofrecieran a Madero ciertas concesiones tendientes a un gobierno de coalición. Madero quería negociar; pero el Dr. Vázquez Gómez lo persuadió para que exigiera emisarios acreditados , a lo cual accedió el presidente Díaz y envió a El Paso, Texas, al presidente de la Suprema Corte, Fernando Carvajal, con un plan para hacer cambios en el gobierno que permitieran una transición pacifista sin guerra interna. Madero encontró esto muy conveniente; pero Vázquez Gómez volvió a intervenir y dijo que la revolución no era un asunto de la familia Madero y que Díaz, Corral y Limantour deberían abandonar el poder.[2]
Henry Lane Wilson, entonces embajador de EE.UU. en México, había ido en febrero a Washington y corrían noticias de que el presidente Taft enviaba tropas al sur de Estados Unidos y barcos a las cercanías de las aguas mexicanas en ambos litorales para cumplir “sus obligaciones internacionales”; o sea, una táctica de advertencia hostil a don Porfirio.
Con el paso del tiempo, las pequeñas guerrillas se convirtieron en columnas bien pertrechas. Entre su equipo bélico figuraba ya el cañón estadounidense Blue Whistler, de tiro rápido, hasta entonces desconocido en México.
Entretanto, una gavilla magonista cruzó la frontera y capturó Mexicali el 29 de enero de 1911. Otro golpe fue dado después por la legión de Stanley Williams, que murió en uno de los primeros combates en suelo mexicano y entonces Carl Rhys Pryce, jefe de la segunda división de Ejército Liberal, tomó el mando de la legión extranjera de las fuerzas magonistas y después de dos días de combate capturo Tijuana el 9 de mayo. Ryhs Pryce llevaba una bandera roja con 13 barras y una estrella para sustituir la enseña mexicana y cuando un mexicano, apellidado Baiza, intento evitar que fuera izada, fue asesinado por el invasor Jack Mosby.
Los invasores llevaban propaganda destinada a la formación de la República Comunista de la Baja California. Los hermanos Flores Magón lanzaban a la vez una proclama en San Diego anunciando la captura de Tijuana “después de derrotar a los esclavos que la defendían” y agregaban: “camaradas: esta victoria ha tenido gran resonancia, porque habéis anunciado de un modo inequívoco que no fueron los mercenarios de madero quienes tomaron la población, sino los liberales partidarios del pabellón rojo… El mundo se halla sorprendido ante vosotros, porque es la primera vez que la roja bandera de la libertad de los proletarios se ha izado.”
El 2 de junio de reunieron en el edificio de la aduana de Tijuana, los jefes invasores y Ricardo Flores Magón. Ahí se dio lectura al acta constitutiva de la “Nueva República” y se nombró presidente a Dick Ferris, según lo informaba el periódico San Diego Unión.
Los invasores hicieron correrías hasta 300 kilómetros al interior de Baja California, penetraron numerosos poblados y cometieron saqueos y asesinatos. El Gobernador del territorio de Baja California se quejaba con Porfirio Díaz de que los invasores magonistas y extranjeros cruzaban libremente la línea divisoria en Caléxico para abastecerse de armas en Estados Unidos, sin que las autoridades de ese país lo evitaran. No obstante, las tropas mexicanas del 8° batallón contraatacaron y expulsaron a los invasores de Tijuana el 11 de junio de 1911.[3]
Ricardo Flores Magón defendía su alianza con invasores extranjeros diciendo que eran “hermanos en ideales… Se sacrifican por romper las cadenas que nos esclavizan”.[4]
Después de los fallidos intentos de transacción hechos cerca de Madero, y del apoyo que los revolucionarios recibían del otro lado del Bravo, el presidente Díaz quedó convencido de que el jefe ostensible de la Revolución no estaba solo. No había concesión que valiera, y si el régimen se empeñaba en resistir, los revolucionarios recibirían cada día más apoyo de Estados Unidos, brotarían nuevos cabecillas y la destrucción se generalizaría quizá durante años.
Porfirio Díaz sabía que las revoluciones con la venia de Wasington van logrando creciente ayuda hasta convertirse en arrolladores movimientos nacionales y él, cansado por los años, no podría hacerle frente y triunfar.
No cabe duda que había un puñado de idealistas, un creciente sector de descontentos y los que siempre se hallan prestos a formar turbas para aprovecharse del desorden y tomar botín; pero este factor interno, que jugó su papel en el derrocamiento de Díaz, no fue el decisivo. Lo que realmente ocasionó la caída del gobierno fue que la Casa Blanca había determinado liquidarlo.
También es cierto que algunos de los principales jefes revolucionarios fueron gente independiente, de buena fe, como Madero, como Aquiles Serdán, como José Vasconcelos, que creyeron en la conveniencia política de apoyarse en cualquier fuerza que propiciara un cambio gubernamental, que ellos creían iba a ser un cambio sustancial en los problemas que padecía México.
Cinco días después de su renuncia, Diaz embarcó en Veracruz en el vapor Ipiranga, rumbo a París, donde habría de morir cuatro años más tarde. Poco antes, abjuró de la masonería y volvió a seno de la Iglesia Católica.
Después de gobernar en total más de 30 años, Porfirio Díaz dejo en una caja un superávit de 67millones de pesos, de los cuales se pagaron 13 millones de pesos gastados en la revolución y quedaron 54, suficientes en aquella época para dar firme consistencia al erario nacional.
Habiendo emigrado a don Porfirio Díaz, no hubo más grito popular que el de “¡Viva Madero!”. El pueblo aclamó jubilosamente al vencedor a su entrada en la Ciudad de México el 7 de junio de 1911. E
Otros habían entrado triunfantes a Ciudad de México antes de Madero: Iturbide, Santa Anna, Juárez, Díaz. La diferencia con Madero, es que él no entraba seguido de un ejército.
México confirmaba así un cambio de régimen casi pacíficamente, sin destrucción y sin sangrientos combates.
Francisco León de la Barra fue presidente provisional y después y sin rival entregó el poder a Madero.
A fin de no tener compromisos que influyeran en el curso de su gobierno, uno de los primeros actos de Madero como presidente fue mandar a varios banqueros de Nueva Orleáns los 800 mil pesos que le habían prestado para adquirir armamento.
Muchos años antes, el 4 de septiembre de 1835, la Junta Anfictiónica de Nueva Orleáns acordó implantar en México un plan consistente en siete puntos, éstos consistían:
El primero: Luchar por la reforma de la constitución de 1824. (Esto se consumó en 1857).
El segundo y tercero: La expulsión de obispos y eclesiásticos que se opusieran a tal reforma. (Cosa que se ejecutó).
El cuarto: Trazaba a grandes rasgos la confiscación de los bienes de la iglesia. (Cosa que Juárez ejecuto).
El quinto: que se coartara toda la comunicación de México con el Vaticano.
El sexto: Disponía la disolución de la propiedad de las fincas “rusticas y urbanas, sea cualquiera el título que posean”.
El séptimo: Que se estableciera una alianza estrecha con Estados Unidos
Con excepción de uno, los demás puntos habían sido total o parcialmente ejecutados y solo estaba pendiente el punto sexto. Pero aprovechando la revolución los masones de Estados Unidos quisieron que dicho punto se llevara a cabo; aunque fuera parcial, o sea tolerando la propiedad urbana.
El propósito oculto de esta medida es disolver la fuerza nacionalista e independiente que siempre ha representado en cualquier país el sector agrícola cuando es dueño de la tierra. Disolver este núcleo es el primer paso para luego controlar a las masas campesinas.
El problema es que Madero no había iniciado la revolución con fines ocultos ni quería plegarse a influencias extrañas. Conocía bastante de haciendas y de peones para saber que un cambio brusco y demagógico de sistema acarrearía más daños que beneficios. Sabía que arrojando al peón agrícola a un pedazo de tierra seria causar un problema mayúsculo, pues en la mayoría de los casos no sabría administrar esa tierra ni tendría que cultivar.
Ninguno de los mexicanos que había hablado de reforma agraria insinuó jamás que suprimiera o coartara el derecho de propiedad.
Poco después, los mismos revolucionarios que habían apoyado a Madero ahora se estaban sublevando contra él. Vasconcelos refiere que la animosidad del embajador Lane Wilson iba en aumento después de que no logró, “con unas cuantas frases de halago y algún consejo”, que Madero le consultara los más delicados negocios de Estado. Como Lane Wilson estaba alentando la subversión contra Madero, Vasconcelos se fue a ver a madero durante el paseo matinal de éste por el bosque de Chapultepec y le habló de la posibilidad de lograr un acercamiento con Lane Wilson. “pero Madero esta vez se me exaltó.
--No se imagina, me dijo, la serie de impertinencias que ya hemos tolerado; por último, el otro día quiso levantarme la voz y no se lo consentí…”[5]
Madero se la pasaba apagando brotes rebeldes en el norte y el sur de la República. También estalló un cuartelazo en la ciudad de México. Lo realizaban remanentes del antiguo régimen y gente que sólo trataba de hacerse de una buena posición. El general Manuel Mondragón inició el movimiento con 800 hombres y liberó a los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz. Con su valor temerario, Reyes en persona, a la cabeza de los rebeldes, quiso tomar el Palacio Nacional y fue muerto en la puerta principal. Cientos de cadáveres quedaron tirados en el Zócalo, en su mayoría de curiosos a quienes tomó de sorpresa el fuego de las ametralladoras. Ahí de vivió la llamada “Decena Trágica”.
La muerte de Reyes y el fallido ataque a palacio estuvieron a punto de echar a perder la conjura. Los rebeldes, que eran pocos y que no tenían apoyo en la opinión pública, se refugiaron en la Ciudadela, donde tarde o temprano estarían perdidos. Pero entonces se tendió sobre ellos el brazo protector de Henry Lane Wilson, el embajador de Estados Unidos.
Henry Lane Wilson amenazó a Madero con realizar un desembarque de tropas en Veracruz si en el ataque contra la Ciudadela resultaba perjudicado algún miembro de la colonia estadounidense que viviera allí cerca. Eso tenía por objeto demorar una acción decisiva contra los conjurados.
Los Estados Unidos se percataron de que había sido un error ayudar para llevar al poder a Madero, pues él no estaba dispuesto a ceder a imposiciones y su embajador Henry Lane Wilson, sin disimulo, participó en la intriga junto con la fuerzas porfiristas. Esta participación fue abierta. El embajador daba órdenes directamente. Era el imperio descarnado y cínico.
El 10 de febrero Lane Wilson pedía al Departamento de Estado que enviara “barcos de guerra de tonelaje suficiente para que hagan impresión con los marinos que pueden desembarcar en caso necesario. Medidas semejantes deben tomarse en la frontera”.
De la embajada de Estados Unidos salían informes de que ya venía en camino una flotilla naval con tropas de desembarque. El secretario de relaciones Pedro Lascuráin, y nueve senadores le pidieron[6] a Madero que renunciara para evitar la intervención extranjera; pero él se negó a hacerlo y envió una nota al presidente Taft diciéndole que los ciudadanos estadounidenses residentes en México no estaban amenazados y que no se justificaba una invasión, la cual ciertamente había sido desautorizada por el Senado de ese país.
El 14 de febrero de 1913 el ministro inglés en México le enviaba una nota a Lane Wilson diciéndole que estaba de acuerdo con él en su gestión para hacer que Madero renunciara.
El embajador Lane Wilson amenazaba con una invasión. A la vez mantenía comunicación con los varios diplomáticos y dando un puñetazo sobre la mesa dijo que Madero era un loco y que él (Wilson) iba a poner orden; que ya estaba negociando con Huerta (comandante de la guarnición) y con Félix Díaz (rebelde) y que la caída de Madero era cuestión de horas. Luego persuadió a los representantes diplomáticos para que pidieran a Madero que renunciara. Cuando el embajador español Bernardo de Cologán fue a Palacio a transmitir dicha “exhortación”, el presidente Madero repuso que “los extranjeros no tienen derecho a intervenir en los asuntos internos de México”. Agregó que el pueblo lo había elegido por mayoría abrumadora y que continuaría en el poder.
La cizaña que sembraba Lane Wilson en todos los sectores prendió rápidamente en Victoriano Huerta, jefe de la guarnición de México y encargado de la seguridad del presidente Madero. En consecuencia, no hizo nada efectivo para someter a los revoltosos encerrados en la Ciudadela.
El 18 de febrero, detuvieron a Madero y al vicepresidente Pino Suárez…
Detenido Madero, el embajador Lane Wilson se desenvolvía abiertamente como amo y señor de la política mexicana. La noche del mismo 18 llamó a los generales Huerta y Félix Díaz, los amenazó con una invasión y los hizo firmar ¡en la embajada de Estados Unidos! Un convenio llamado de la Ciudadela, consistente en que Huerta ocuparía la presidencia y Félix Díaz formaría el gabinete con gente suya. Telegrafió al Departamento de Estado felicitándolo “por el feliz resultado de los acontecimientos, los que han sido resultado directo o indirecto de sus instrucciones”.
Otra vez la violencia que engendraría más violencia, promovida desde la embajada de los Estados Unidos.
Al día siguiente, Francisco I. Madero y Pino Suárez fueron obligados a renunciar. El Congreso aceptó por unanimidad esas renuncias obtenidas por la fuerza y en cautiverio, y no hubo ni una sola palabra de protesta.
La esposa de Madero, Sara Pérez, no podía hablar con su marido, que se hallaba preso e incomunicado en el Palacio Nacional, y fue a solicitarle ayuda a Lane Wilson. En una entrevista con el periodista estadounidense Robert Hammond Murray, Sara Pérez relató: “Mostraba (Wilson) que estaba bajo la influencia del licor. Varias veces la señora Wilson tuvo que tirarle el saco para hacerlo que cambiara de lenguaje al dirigirse a nosotros. Fue una dolorosa entrevista.[7] Henry Lane Wilson se sentía ya amo de México.
El 18 de febrero, Gustavo Madero hermano del presidente, había sido también detenido y al día siguiente llevado a la Ciudadela. Súbitamente Gustavo se dio cuenta de que lo iban a fusilar y gritó: “¡Esto es una infamia! ¡Me van a asesinar! ¡Yo no he cometido ningún delito! ¡Déjenme libre!” La chusma se ensaño entonces cruelmente con él, y mientras un hombre le atizaba un marrazo en el único ojo bueno que tenía, otros lo injuriaban y lo llamaban “cobarde”, hasta que terminaron por darle muerte.
Sobre la muerte de Madero hay dos versiones:
La madrugada del 22 de febrero de 1913 Francisco I. Madero y Pino Suárez fueron asesinados por rurales de Cecilio Ocón. Uno de los matones, Francisco Cárdenas, conducía a Madero del brazo, por un llano de la Penitenciaria, y súbitamente sacó su pistola, dio un paso atrás y le disparó dos tiros en el cuello. Madero cayó muerto instantáneamente. Pino Suárez vio la escena, porque iba un poco más atrás, dijo algo ininteligible y trató de correr, pero en ese momento su custodio de hizo dos disparos, que solo lo hirieron; Pino Suárez dio tumbos, cayó quejándose y luego fue rematado por otros pistoleros.
Según la otra versión, Madero se extrañó de que el automóvil de detuviera en un llano, en vez de llegar hasta la puerta de la Penitenciaria; el pistolero Cárdenas le dijo: “Aquí es. Bájese”, a lo que Madero repuso: “Pero… ¿aquí en el campo raso…? ¿Es que me van a matar?” Entonces fue bajado a empellones y Cárdenas le dio dos tiros mortales en el cuello.
Hay muchas evidencias de que el general Aurelio Blanquet[20] ordenó los dos asesinatos, con la anuencia de Huerta. Cuando la muerte de Madero y Pino Suárez le fue comunicada a Henry Lane Wilson, éste no mostro ni sorpresa ni reprobación.
Para entonces, las pérdidas sufridas en México debido a los desórdenes de los dos años anteriores ascendían a 3,412 millones de pesos. El país estaba nuevamente despilfarrando energías y paralizando su progreso.
El sueño democratizador de Madero –hombre limpio, víctima de su ideal- terminó con sangre en la sombría Penitenciaría de Lecumberri.


[1] No le extrañe al presidente Calderón recibir la misma respuesta hoy en día.
[2] Limantour acababa de regresar de Nueva York y el Secretario de Guerra, Dickinson le había hecho saber que Estados Unidos estaban considerando la posibilidad de lanzar cinco mil hombres a la lucha para ocupar la Ciudad de México.
[3] Los ataques de magonistas coludidos con invasores extranjeros provocaron pública repulsión en la península y horrorizaron a muchos de los prosélitos del grupo de Flores Magón, tales como el gran general Leyva y Antonio I. Villareal, que se separaron de él. También Madero reprobó la conducta de los magonistas.
[4] Manifiesto del 18 de mayo. Archivo de Relaciones Exteriores.
[5] José Vasconcelos. Ulises Criollo
[6] Por sugerencia de Lane Wilson.
[7] Entrevista de Robert Hammond Murray a Sara Pérez. Publicada en 1913.
[20] Este deleznable sujeto presumía de haberle dado el tiro de gracia a Maximiliano.