Los mexicanos somos muy cuidadosos cuando se refiere a nuestra fama como hombres, machos, bragados, sementales, o como usted quiera llamar a la masculinidad.
En un par de ocasiones; sin embargo, he tenido malentendidos al respecto.
En una ocasión, en la universidad, una compañera panameña me vio bajar de una de las escalinatas de la facultad y me dijo: "¿A dónde vas tan putito?"
No sólo hizo que me detuviera en seco, sino que además me hizo preguntarme mentalmente si algo en mi atuendo estaba mandando un mensaje equivocado.
--¿Cómo?-- le dije acercándome a la atrevida extranjera que osaba insultarme en mi propio país-- según yo lo veía.
--Sí, te veo muy putito...
--¿Qué diablos quiere decir eso? (digo, no llevaba ningún pantalón de cuero con las nachas descubiertas ni nada de eso, así es que ya me preparaba para una ofensiva verbal)
Después de un rato, descubrí que es así como le llaman allá a alguien que se ve muy arreglado, elegante, vamos.
Obvio, le expliqué lo que para nosotros significa la palabra y le aconsejé que no se lo dijera a nadie, ya que otro con menos tolerancia le hubiera hecho o dicho cosas muy incivilizadas.
Hace un par de años, estaba yo en Honduras dando algunos cursos cuando alguien me dijo:
"Usted tiene la pinta de ser bien puto"
Ya me estaba lanzando yo a los trancazos, cuando un amigo hondureño, que conocía bien los mexicanismos, me aclaró que allá se aplica el adjetivo en el mismo sentido que a las mujeres, es decir, aquellas personas que son de fácil acceso con el sexo opuesto, por decirlo de alguna manera no soez.
---¡ah bueno, tons sí!--le dije al centroamericano.
El pasado 17 de octubre cumplí 42 años. Por fin pasé lo que muchos decían era "la edad peligrosa". La primera vez que a mi esposa le dijeron que yo andaba en esa edad, ella lo interpretó como la edad en que el hombre le da por andar en moto o comprarse un Ferrari o vestir ropa de adolescente.
Por eso, ella muy ufana dijo:
--¿No ves?, ¡yo soy su Ferrari rojo!
Por eso, ella muy ufana dijo:
--¿No ves?, ¡yo soy su Ferrari rojo!
El hecho de no haber entendido la expresión es porque ella no es mexicana y no sabía del famoso 41, relacionado con los homosexuales.
Por supuesto, esto no tiene que ver nada con la edad; pero así quedó plasmado en la cultura mexicana.
Al indagar un poco en algunas referencias bibliográficas nos remontan a la época de don Porfirio.
Díaz, como presidente, gozaba de fama internacional y era reconocido como aquél que sacó a México de la barbarie. Claro, la mano dura de don Porfirio tuvo mucho que ver con el orden que imperaba en el país.
Una vez, don Porfirio Díaz fue invitado a una recepción en la embajada alemana, donde, como manda el protocolo, fue recibido por el embajador y su esposa. Entre quienes saludaron al presidente se encontraba una joven muy alta y bien plantada que le ofreció una sonrisa a don Porfirio. Como todo un caballero, le besó la mano a la dama. El presidente Díaz se dio cuenta de que algunos de los alemanes presentes intercambiaron sonrisas que a don Porfirio le parecieron burlonas. No se equivocaba el viejo lobo de mar.
Probablemente, Díaz se preocupó al pensar que había cometido una falta a la etiqueta. Hay que recordar que Díaz solía ser un militar rudo en modales y que sólo después de algunos años de roce social y de estar casado con su amada Carmelita, le dieron al recio héroe de la batalla del 2 de abril la prestancia y la delicadeza necesarias para ciertas situaciones diplomáticas.
Sin embargo, en el transcurso de la fiesta, se enteró que lo que había causado la risa burlona de los presentes fue que Díaz besó la mano de la muchacha que le sonrió. La muchacha no era muchacha... era un joven de la nobleza alemana que acababa de llegar a México. Tremendo homosexual, que además gustaba de vestir de mujer. La risa fue debida a que el presidente de México había besado la mano de un travesti.
El problema para el alemán fue que Porfirio Díaz fue el que le besó la mano. Nadie lo volvió a ver vivo. Aquella misma madrugada, el travesti desapareció del hotel en donde estaba, sin dejar huella. La embajada alemana, probablemente para no causar un incidente diplomático, dejó pasar el asunto.
En otra ocasión, la policía secreta de don Porfirio supo que en una casa de la colonia Roma se reunían varios homosexuales y se entregaban a los placeres de la carne con especial alegría. Una noche, los gendarmes irrumpieron en el lugar y arrestaron a numerosos asistentes, muchos de ellos vestidos de mujer. Fueron 41 homosexuales arrestados y posteriormente exiliados a Quintana Roo... de ahí la costumbre de llamar 41 al homosexual o decir "edad peligrosa" a quienes tienen 41 años.
Después de ese arresto tan sonado, se dispuso un apartado especial en la carcel principal de la Ciudad de México, a fin de destinarlo a los homosexuales arrestados, para prevenir los devaneos con los demás reos. Esa crujía era la J. Por eso a los homosexuales se les empezó a llamar jotos. apelativo que persiste hasta nuestros días.
Es una de tantas cosas que don Porfirio dejó bien grabadas en nuestras costumbres.