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30 dic 2010

Una historia de esperanza



“Cuando veas un hombre bueno, trata de imitarlo; cuando veas un hombre malo, reflexiona.”
Confucio


Las fiestas de fin de año, siempre traen consigo un tufillo que no me gusta. Hay amigos que me dicen que soy como el Grinch, y que me fijo mucho en los aspectos negativos más que en los positivos.

¿Qué no me gusta de estas épocas?

Las aglomeraciones. A cualquier centro comercial, supermercado, restaurante, carretera u hotel que uno vaya, va a tener que hacer fila.

Los abusivos. Quizá sean las aglomeraciones las que traen consigo que la gente saque lo peor de sí. Precisamente un par de días antes de Navidad, mi esposa estaba comprando algunos regalos de última hora cuando una señora olímpicamente se metió y puso sus compras en la caja. Ante los reclamos, la santa señora ni siquiera se dignó a mirar y así, se salió con la suya. Quién no se ha topado con el desvergonzado que se estaciona en un lugar de discapacitados, la señora gorda que nos empuja en las tiendas de almacén, el que se atreve a arrebatarnos productos de nuestras manos...

Las películas. Odio las películas que tratan de la desaparición de Santa Claus y como ello puede arruinar la Navidad. Se pone acento en un hecho que ni siquiera tiene que ver con la fecha. Me molesta que el gordito de la barba blanca sea el personaje principal de una celebración totalmente distinta.

Los hipócritas. ¿No le ha pasado que hay una persona que le cae mal, y usted sabe que el sentimiento es reciproco, y aún así lo abraza y “le desea todo lo mejor”? Gente que nos desea todos los parabienes; pero sólo de “dientes para afuera”, como si fuera obligación decir ciertas frases a todo el mundo.

Podría seguir, ad infinitum, con esta lista negra; pero tengo que admitir que este año hubo un hecho que me hizo mucho más receptivo al famoso espíritu navideño.

Hace un par de semanas tomé un vuelo de Poza Rica a Ciudad de México, llegando a mi destino alrededor de las 17:30. Aunque soy del DF, temporalmente vivo en Morelia, por lo que decidí salir ese mismo día a mi casa, confiando en hacer las tres horas de trayecto que usualmente hago.

A final de cuentas, estaba tomando la carretera a Toluca a las 20:00, por lo que, muy a mi pesar, me tocó manejar ya sin luz natural.

A la altura de Atlacomulco se reventó un neumático. Independientemente del susto, logré estacionar mi auto en un pequeño supermercado a las afueras de la ciudad. Resignado, me dispuse a cambiar mi llanta, no sin cierto resquemor, ya que en mi vida había cambiado un neumático y mis conocimientos de mecánica son casi nulos.

Mis temores se convirtieron en angustia cuando descubrí que no sabía usar el gato de mi coche. Recordé que a unos cien metros del super había un módulo de la policía federal, lo que me dio un poco de ánimo.

Al llegar al módulo, comprendí que ese no era el mejor de mis días, ya que nadie abrió la puerta. Al parecer, hay un horario específico y no había nadie de guardia.

Regresé a mi auto como corbata de Jaime Mausán: Fuera de lugar, desencajado, sintiéndome absurdo, desamparado, y sin que nadie quisiera siquiera acercárseme.

Cuando regresé al coche, dispuesto a dilucidar los misterios del gato (el del coche), salía una señora con dos niños de aproximadamente 6 y 4 años. Todos ellos con bolsas de compras. Antes de ellos, ya había pedido ayuda a unos dependientes de una gasolinera, por lo que ni siquiera se me ocurrió pedir indicaciones o ayuda a la mujer, que subió a su auto y se fue del estacionamiento.

Después de fracasar en mi segundo intento por descifrar al gato, decidí caminar en dirección opuesta, con la esperanza de encontrar ayuda de alguna manera. Sin embargo, cuando me dirigía a no sé donde, un Volkswagen sedan, de los llamados vochos, viejo y destartalado se me acercó y de ahí salió la señora que previamente había salido del super con sus dos pequeños:

-- Disculpe señor, ¿puedo ayudarle en algo?

Imagínese usted que va manejando en la noche por la carretera y de repente ve a un hombre de 1.83 de estatura, fornido a la orilla de la carretera. ¿Usted se pararía a ayudarlo?

¿Qué oportunidad tenía un tipo como yo, de ser auxiliado por una señora con dos niños pequeños? Más aún: ¿Qué oportunidad tenía de que me ayudara alguien? Hasta ese momento, toda mi esperanza se basaba en ver a los Ángeles Verdes en algún momento.

-- Pues, la verdad... sí señora, contesté, se ponchó mi llanta y la verdad no sé cómo funciona el gato que traigo en la cajuela.

--Mire, me dijo, yo traigo un gato, a lo mejor ese podría servirle.

Atónito, vi como la señora se estacionó de vuelta y sacó de la cajuela el gato, que por cierto, tampoco supe cómo utilizar.

Después de unos 20 minutos de intentos, avergonzado de mi torpeza e ignorancia en la mecánica automotriz y de tener a la señora tratando de ayudarme con dos niños pequeños a las 22:00 a la orilla de una carretera, no salía de mi asombro cuando la sacrosanta señora me dijo solícita:

-- Si quiere, lo llevo a un taller que está acá cerca, para que le ayuden con su llanta.

Pues me subí a su coche, cuya puerta derecha ni siquiera cerraba bien, a unos 40 km por hora a la vulcanizadora que estaba más cerca de lo que imaginaba. A unos 200 metros de dónde me encontraba. Todavía la señora me trajo de vuelta, con todo y mecánico al estacionamiento del centro comercial.

En este punto, yo, con todo el agradecimiento que pude expresar, le pedí a la señora que se fuera a su casa, ya que era muy tarde y no quería que por mi culpa ella estuviera a esas horas en la carretera. Antes de que se fuera; sin embargo, le pregunté cómo fue que ella decidió regresar a ayudarme:

-- Es que cuando me subí a mi coche lo vi muy desesperado y me dije: este señor necesita ayuda. Por eso decidí regresar a ayudarle.

Cuando yo era niño, era común que saliera con mis amigos a jugar a la calle sin necesidad de que algún adulto nos vigilara. En alguna ocasión, hace unos 20 años, me toco pararme en la carretera a ayudar a una familia varada a la orilla de la carretera México-Cuernavaca.

La criminalidad nos ha cambiado. No sólo es el hecho de que podamos ser víctimas de una balacera, un secuestro, un asalto. El mal está mucho más adentro de lo que nos atrevemos a admitir. Los criminales nos han secuestrado en nuestras propias casas. En nuestra propia mente.

Nadie ayuda a nadie, por temor a ser engañado y ser parte de las estadísticas criminales. Ya no hay niños jugando en las calles. Ya nadie confía en ayudar a quienes lo necesitan, ya no confiamos ni en nuestros vecinos.

La inseguridad por la que atraviesa el país nos ha quitado el bien más valioso. La confianza.

Esta es mi historia de Navidad. Una historia dedicada a Luz, la mujer que me enseñó que a pesar del mal que nos circunda debemos retomar nuestra libertad de circular por las calles, nuestra libertad de ayudar a quien lo necesite y dejar de ser un desierto de 112 millones de personas.

danielcastillobriones.webnode.mx
Twitter: @d_castillo_b

21 dic 2010

La liberación del Jefe Diego y las elecciones del 2011

“La ausencia reduce las pasiones pequeñas e intensifica las grandes, así como el viento apaga una vela y aviva el fuego”.
La Rochefoucauld


Se dice que la política no tiene palabra de honor, haciendo referencia a que muchos se sienten ya seguros en un puesto y por una razón u otra, se quedan sin el ansiado “hueso”.
Hasta la semana pasada, el hombre que se veía como el próximo presidente de México era Enrique Peña Nieto, candidato del PRI.
No se veía, hasta ese momento, una figura que pudiera competirle al actual gobernador del Estado de México, que ha hecho una “precampaña” muy eficaz, y se ha sabido colar en las preferencias del electorado mexicano.
El PRD sigue muy dañado en la imagen después de los bloqueos y berrinches de López Obrador, y se ve que va a ser difícil que el enfrentamiento entre Marcelo Ebrard y López Obrador para ser el candidato de una posible coalición de izquierda vaya a ayudarles a ganar más votos. Yo me atrevería a decir que si Ebrard se quedara con la candidatura, López Obrador se lanzaría también a la carrera presidencial con el PT; aunque ni siquiera se acercará a la cantidad de votantes del 2006.
Hasta ayer, el PAN no ofrecía una figura con la fuerza para pelear en las elecciones presidenciales. El PAN sufre una crisis de liderazgo como nunca antes. Se les acabaron las figuras carismáticas. Un factor; sin embargo, ha cambiado. Ahora que Fernández de Ceballos fue “liberado”, automáticamente se convierte en el candidato presidencial que el PAN tanto añora en este momento.
El panorama político del país ha cambiado. Los asesores de Peña Nieto seguramente recuerdan que López Obrador, hace seis años, se veía a sí mismo en la silla presidencial y hasta hablaba de vivir en el Palacio de Gobierno en vez de los Pinos. La liberación del Jefe Diego sin duda ha arruinado la luna de miel del priista.
Un punto más para el Jefe Diego: La ausencia. Esta es la herramienta más útil para los políticos. El político que es muy visto se expone a que surjan celos, resentimientos e intrigas para mermar su imagen pública. Diego Fernández de Ceballos fue perdiendo el respeto del que gozó en otros tiempos. Cuando un político es muy visto, cuando se habla mucho de él, se va degradando su valor. El político que desaparece en el momento oportuno va generando respeto y estima. El público en general tiende a olvidar los pecados de las personas públicas con el paso del tiempo.
 Pensemos en un ejemplo regional: Alán García, en el Perú, donde su primera gestión de gobierno se caracterizó por la peor crisis económica en la historia del país con una insólita hiperinflación, un recrudecimiento de los embates del terrorismo liderado por Sendero Luminoso, y por diversos actos de corrupción que involucraban a gente del régimen que repercutió en un gran descontento social. Las diversas acusaciones provocaron que en 1991 fuera retirado temporalmente del Senado para llevarle a cabo una investigación. Producida la crisis constitucional de 1992, escapó hacia Colombia y Francia aduciendo una persecución política hacia su persona por parte del régimen de Alberto Fujimori.
 Nadie pensaría en ese momento que en el 2006 García ganaría las elecciones presidenciales de nuevo. La ausencia de la escena pública fue un factor decisivo en este triunfo electoral. Dicho sea de paso, la historia ha vuelto a repetirse: corrupción y crisis han acompañado su segundo período igual que en el primero.
 Cosa curiosa: Cuando Peña Nieto se casó con Angélica Rivera, perdió el voto de simpatía que tenía por el hecho de su viudez, que ahora Diego Fernández de Ceballos tendría, ya que, a los ojos del votante, él ha sufrido la delincuencia y violencia que gran parte del país está sufriendo. Una víctima de secuestro, político hábil y prácticamente invencible en los debates, el Jefe Diego de la noche a la mañana es un serio aspirante a la presidencia.
 Lo que el jefe Diego tiene en contra: Enrique Peña Nieto es mucho más atractivo y joven a las cámaras y el voto femenino definitivamente no estaría con él, al igual que el voto de los jóvenes que encontraría más fácil identificarse con el priista que con el casi septuagenario panista.
 Por supuesto, dentro de todas las conjeturas que pueden hacerse, está la teoría de que este secuestro haya sido falso y cuidadosamente orquestado para fines electorales; aunque hasta ahora no hay ninguna evidencia que apunte en esa dirección. No obstante, una mirada en la red para ver como la imaginación popular, tan dada a las teorías de conspiración, ha encontrado en esta teoría un inacabable caudal de comentarios en este sentido.
 Por supuesto, hasta ahora ni siquiera se ha mencionado la candidatura de Diego Fernández; pero no cabe duda que muchos panistas verían con buenos ojos un candidato con la fuerza del veterano político. La propaganda y la mercadotecnia tienen ahora la palabra.

14 dic 2010

¿La guerra perdida?

“Las concesiones unilaterales, para dar muestras de nuestra “buena voluntad”, son algo estúpido y peligroso”.
Richard Nixon


La guerra que el Estado Mexicano ha declarado a los cárteles de la droga se siente en toda la sociedad mexicana.

Todos los días, en los diarios del país y el extranjero, no dejan de ser reportadas ejecuciones, incluso en masa, ataques a fuerzas armadas y policiales del gobierno, así como detenciones de delincuentes y ataques a inocentes. Aunque abundan las notas, en algunos estados es difícil el flujo de información debido a ataques a periodistas que revelan datos y nombres de narcotraficantes, donde les ha costado la vida. Según estudiosos, estas acciones y escalada de violencia son realizadas para la desestabilización y desmoralización de la población, y para obtener un control pleno de autoridades, plazas de distribución y en general del país al servicio del narcotráfico, siguiendo el ejemplo de los casos de Colombia y el Perú para obtenerlo. El conflicto, según Carlos Pascual, embajador de Estados Unidos en México, entre otros críticos, señalan que el narcotráfico "amenaza a todo el hemisferio", y que la guerra contra éste, según especialistas está aún muy lejos de terminar por años e incluso décadas.

Como analista, es natural seguir este fenómeno y analizar, e incluso aventurarse a hacer recomendaciones de cómo, desde nuestro punto de vista, deberían ser las cosas. El pasado 9 de diciembre; sin embargo, me tocó vivir esta guerra de una manera diferente.

Desde mayo del 2010, por proyectos de trabajo, yo, mi esposa y un mes después mi hijo de 17 años nos mudamos a Morelia, Michoacán.

El 9 de diciembre, a las 07:00, llevé a mi hijo a la estación de autobuses de Morelia para que fuera a pasar las vacaciones de fin de año con su mamá. Después de hacerlo, me dirigí a una cita de trabajo donde por primera me comentaron sobre una balacera en Apatzingán. Hasta ahí, sólo lo asimilé como una de tantas noticias que ya, lamentablemente, nos hemos acostumbrado a recibir todos los días.

Fue cuando me dirigí a mi oficina vi un inusual movimiento de Federales y Ejército, y se veía en la ciudad que los elementos policiales estaban casi ausentes, y los que se llegaban a ver estaban en grupos de al menos cinco elementos.

Ya después supimos lo que ya es noticia, bloqueos de todas las entradas a Morelia, balaceras en algunos puntos, camiones y automóviles particulares incendiados... Traté, sin conseguirlo, de comunicarme con mi hijo, que había salido al DF en el autobús de las 08:45. No fue hasta las 14:00 cuando funcionarios de la empresa me aseguraron que la unidad había llegado a su destino.

Poco tiempo después, estábamos haciendo unas compras cuando en la caja una señora comentaba los hechos y nos decía “hay que hacer algo, porque no es posible que nos pongan en esta situación”. Hasta ahí, estaba de acuerdo con la señora, que tenía a su esposo imposibilitado de entrar a la ciudad. Lo que me preocupó fue lo que dijo a continuación “tenemos que unirnos, porque este gobierno no nos puede hacer esto”.

¿El gobierno? ¿Fue el gobierno el que quemó autobuses y autos particulares para bloquear las carreteras? ¿Fue el gobierno el que a punta de pistola impedían a ciudadanos y Federales entrar a la ciudad? ¿Acaso el gobierno debe rendirse a los cárteles de la droga, dejando que manejen el país a su antojo?

Es alarmante cómo el enojo de el ciudadano común y corriente por este hecho no se dirige a los perpetradores, sino al gobierno. Es curioso cómo partidos políticos, periodistas e intelectuales hablan de una estrategia fallida en esta guerra contra los cárteles de la droga; pero no ofrecen una alternativa.

No quiero ahondar en el hecho de sí la estrategia del presidente Calderón es correcta o no. Quiero enfatizar que ahora, una vez iniciada esta ofensiva, ya no hay marcha atrás. No es posible que haya ciudades en donde la gente tenga que pedir permiso a los narcos para transitar o trabajar. No es posible que los narcos se sientan dueños de las ciudades, pensando que pueden matar, tomar mujeres, vaciar restaurantes, arrebatar propiedades sin que la ley no intervenga. No es posible vivir así.

Aunque en México el narcotráfico surge a partir del porfiriato y se consolida en el gobierno de Lázaro Cárdenas; pero no fue sino hasta el régimen de Miguel De la Madrid Hurtado cuando se destapó, a gran escala, la cloaca de este flagelo a la sociedad mexicana. En ese sexenio florecieron los cárteles de las drogas y los poderosos capos del trasiego de estupefacientes.

Según la fiscalía federal, los cárteles han incursionado en la compra de hoteles, restaurantes, constructoras y líneas aéreas.

A finales de los años 90, los narcos cambiaron su comportamiento y empezaron a involucrar a la sociedad en balaceras y conductas agresivas, cerrando bares, asesinando inocentes, paseándose armados en las calles de muchas ciudades, principalmente de Sinaloa, Tamaulipas y Sonora.

La ofensiva contra el narcotráfico tiene que variar; pero no detenerse. El Estado Mexicano tiene que demostrar, hoy más que nunca, que está dispuesto a aplicar toda la fuerza de que dispone para liberar a la sociedad mexicana de unos sujetos que intentan transformar a México en un Narcoestado descarado y cínico.