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15 nov 2010

La revolución... ¿mexicana?

Estamos a punto de celebrar el centenario de la revolución, que la historia oficial nos a enseñado a rendir culto, como un logro de los mexicanos.Sin embargo, la realidad es muy distinta. Digamos que esa revolución no fue escrita con tinta mexicana.
A los inicios de la revolución, además del maderismo, había otro grupo de oposición encabezado por los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón. Ricardo fue uno de los miembros más activos del grupo liberal que desde 1902 empezó a hacer propaganda para lograr un cambio de régimen en el país. Al principio su programa se concretaba a ciertas demandas sociales; pero luego fue degenerando hacia el marxismo.
Desde el exilio, en San Luis Missouri; en San Antonio, Texas y en Los Ángeles, los Flores Magón hicieron alianzas con el Partido Socialista de Estados Unidos, con la American Federation of Labour, con la Industrial Workers of the World y con la legión extranjera de Stanley Williams, que invadió Baja California en 1911.
La segunda división del ejército liberal magonista, conducida por Carl Rhys Pryce, capturó Tijuana el 9 de mayo de 1911 y su bandera era la roja del bolchevismo.
En 1910 el grupo magonista alentaba desde el extranjero los desórdenes en México y enviaron agentes que no pudieron provocar nuevas huelgas; pero que organizaron brotes de revoltosos. Estos operaban en gavillas que asaltaban por sorpresa pequeños poblados; pero que no constituían ningún frente revolucionario; aunque creaban malestar. Los agitadores más audaces inducían entre la gente ignorante la demagógica idea de que arrebatándoles a los ricos sus tesoros, los pobres se volverían ricos y doblemente felices porque ya no tendrían que trabajar. Sin embargo, no hubo movimientos en masa y en lo general el país seguía en paz.
Un año antes, Francisco Chávez, detective mexicano del séquito de Díaz, informó que un italiano apellidado Garibaldi y un hermano de Madero se habían entrevistado con Pascual Orozco, después de lo cual recogieron municiones en Fort Bliss, Texas. Este informe se corroboró días más tarde cuando una gavilla de 11 guerrilleros, encabezada por el propio Pascual Orozco, penetró en territorio mexicano, cerca de Tierra Blanca, Chihuahua, procedente de Texas. Las autoridades locales rindieron un parte de novedades en el que describían a Orozco como “abigeo”, pues de momento era su única actividad visible.
El presidente Taft había ordenado apoyo al movimiento contra Díaz, por lo que Orozco pudo disponer de armas nuevas y de suficientes municiones con lo cual fue aumentando sus efectivos. El desierto de Chihuahua era terreno propicio para pegar un día en un poblado y al otro aparecer en un punto muy distante, casi sin dejar rastro.
En numerosos periódicos de Estados Unidos se publicaban informaciones alentadoras para los opositores al gobierno mexicano y cuando éste protestó por el contrabando de armas se le dijo que era muy difícil evitarlo.[1]
Los Estados Unidos provenían a Orozco y Villa de pistolas, carabinas, municiones, carrilleras y gorras texanas y éstos podían ir sumando gente a “la bola”, y en total llegaron a tener más de 5 mil hombres.
Así, poco después “The Army and Navy Journal”, de Nueva York, informaba en un análisis militar que Villa tenía una columna de 4,500 hombres bien vestidos, con modernos rifles estadounidenses “Remington”, con ametralladoras rápidas, abundancia de municiones, servicio de intendencia, médicos, enfermeros y medicinas. Nada de eso era verdad.
Al calor de ese foco rebelde, don Francisco I. Madero- que había estado unos días en Nueva Orleáns-, volvió a cruzar la frontera el 14 de febrero de 1911, o sea casi tres meses después de la fecha que señalo en su exhortación de San Antonio para que el país se levantara en armas.
Madero era acompañado del estadounidense Somerfield, el italiano Garibaldi y el holandés Viljoen. La escolta de Madero y otros grupos armados trataron de capturar el poblado de Casas Grandes; pero fueron derrotados. Por si solas, sus operaciones armadas no llevaban visos de prosperar. Surgían y desaparecían gavillas en diversos estados; pero sus tropelías causaban a veces más desprestigio que utilidad a la causa.
Por su parte, el gobierno de Taft ya había aceptado una especie de embajada en Washington por parte de los revolucionarios, a cargo de José Vasconcelos.
La caída de Ciudad Juárez era una caída sensible para el régimen sobre el cual nadie había osado poner mano; pero no era una derrota irreparable. El ejército estaba intacto. Sin embargo, Porfirio Díaz percibió el mar de fondo que había en este hecho y envió delegados para que ofrecieran a Madero ciertas concesiones tendientes a un gobierno de coalición. Madero quería negociar; pero el Dr. Vázquez Gómez lo persuadió para que exigiera emisarios acreditados , a lo cual accedió el presidente Díaz y envió a El Paso, Texas, al presidente de la Suprema Corte, Fernando Carvajal, con un plan para hacer cambios en el gobierno que permitieran una transición pacifista sin guerra interna. Madero encontró esto muy conveniente; pero Vázquez Gómez volvió a intervenir y dijo que la revolución no era un asunto de la familia Madero y que Díaz, Corral y Limantour deberían abandonar el poder.[2]
Henry Lane Wilson, entonces embajador de EE.UU. en México, había ido en febrero a Washington y corrían noticias de que el presidente Taft enviaba tropas al sur de Estados Unidos y barcos a las cercanías de las aguas mexicanas en ambos litorales para cumplir “sus obligaciones internacionales”; o sea, una táctica de advertencia hostil a don Porfirio.
Con el paso del tiempo, las pequeñas guerrillas se convirtieron en columnas bien pertrechas. Entre su equipo bélico figuraba ya el cañón estadounidense Blue Whistler, de tiro rápido, hasta entonces desconocido en México.
Entretanto, una gavilla magonista cruzó la frontera y capturó Mexicali el 29 de enero de 1911. Otro golpe fue dado después por la legión de Stanley Williams, que murió en uno de los primeros combates en suelo mexicano y entonces Carl Rhys Pryce, jefe de la segunda división de Ejército Liberal, tomó el mando de la legión extranjera de las fuerzas magonistas y después de dos días de combate capturo Tijuana el 9 de mayo. Ryhs Pryce llevaba una bandera roja con 13 barras y una estrella para sustituir la enseña mexicana y cuando un mexicano, apellidado Baiza, intento evitar que fuera izada, fue asesinado por el invasor Jack Mosby.
Los invasores llevaban propaganda destinada a la formación de la República Comunista de la Baja California. Los hermanos Flores Magón lanzaban a la vez una proclama en San Diego anunciando la captura de Tijuana “después de derrotar a los esclavos que la defendían” y agregaban: “camaradas: esta victoria ha tenido gran resonancia, porque habéis anunciado de un modo inequívoco que no fueron los mercenarios de madero quienes tomaron la población, sino los liberales partidarios del pabellón rojo… El mundo se halla sorprendido ante vosotros, porque es la primera vez que la roja bandera de la libertad de los proletarios se ha izado.”
El 2 de junio de reunieron en el edificio de la aduana de Tijuana, los jefes invasores y Ricardo Flores Magón. Ahí se dio lectura al acta constitutiva de la “Nueva República” y se nombró presidente a Dick Ferris, según lo informaba el periódico San Diego Unión.
Los invasores hicieron correrías hasta 300 kilómetros al interior de Baja California, penetraron numerosos poblados y cometieron saqueos y asesinatos. El Gobernador del territorio de Baja California se quejaba con Porfirio Díaz de que los invasores magonistas y extranjeros cruzaban libremente la línea divisoria en Caléxico para abastecerse de armas en Estados Unidos, sin que las autoridades de ese país lo evitaran. No obstante, las tropas mexicanas del 8° batallón contraatacaron y expulsaron a los invasores de Tijuana el 11 de junio de 1911.[3]
Ricardo Flores Magón defendía su alianza con invasores extranjeros diciendo que eran “hermanos en ideales… Se sacrifican por romper las cadenas que nos esclavizan”.[4]
Después de los fallidos intentos de transacción hechos cerca de Madero, y del apoyo que los revolucionarios recibían del otro lado del Bravo, el presidente Díaz quedó convencido de que el jefe ostensible de la Revolución no estaba solo. No había concesión que valiera, y si el régimen se empeñaba en resistir, los revolucionarios recibirían cada día más apoyo de Estados Unidos, brotarían nuevos cabecillas y la destrucción se generalizaría quizá durante años.
Porfirio Díaz sabía que las revoluciones con la venia de Wasington van logrando creciente ayuda hasta convertirse en arrolladores movimientos nacionales y él, cansado por los años, no podría hacerle frente y triunfar.
No cabe duda que había un puñado de idealistas, un creciente sector de descontentos y los que siempre se hallan prestos a formar turbas para aprovecharse del desorden y tomar botín; pero este factor interno, que jugó su papel en el derrocamiento de Díaz, no fue el decisivo. Lo que realmente ocasionó la caída del gobierno fue que la Casa Blanca había determinado liquidarlo.
También es cierto que algunos de los principales jefes revolucionarios fueron gente independiente, de buena fe, como Madero, como Aquiles Serdán, como José Vasconcelos, que creyeron en la conveniencia política de apoyarse en cualquier fuerza que propiciara un cambio gubernamental, que ellos creían iba a ser un cambio sustancial en los problemas que padecía México.
Cinco días después de su renuncia, Diaz embarcó en Veracruz en el vapor Ipiranga, rumbo a París, donde habría de morir cuatro años más tarde. Poco antes, abjuró de la masonería y volvió a seno de la Iglesia Católica.
Después de gobernar en total más de 30 años, Porfirio Díaz dejo en una caja un superávit de 67millones de pesos, de los cuales se pagaron 13 millones de pesos gastados en la revolución y quedaron 54, suficientes en aquella época para dar firme consistencia al erario nacional.
Habiendo emigrado a don Porfirio Díaz, no hubo más grito popular que el de “¡Viva Madero!”. El pueblo aclamó jubilosamente al vencedor a su entrada en la Ciudad de México el 7 de junio de 1911. E
Otros habían entrado triunfantes a Ciudad de México antes de Madero: Iturbide, Santa Anna, Juárez, Díaz. La diferencia con Madero, es que él no entraba seguido de un ejército.
México confirmaba así un cambio de régimen casi pacíficamente, sin destrucción y sin sangrientos combates.
Francisco León de la Barra fue presidente provisional y después y sin rival entregó el poder a Madero.
A fin de no tener compromisos que influyeran en el curso de su gobierno, uno de los primeros actos de Madero como presidente fue mandar a varios banqueros de Nueva Orleáns los 800 mil pesos que le habían prestado para adquirir armamento.
Muchos años antes, el 4 de septiembre de 1835, la Junta Anfictiónica de Nueva Orleáns acordó implantar en México un plan consistente en siete puntos, éstos consistían:
El primero: Luchar por la reforma de la constitución de 1824. (Esto se consumó en 1857).
El segundo y tercero: La expulsión de obispos y eclesiásticos que se opusieran a tal reforma. (Cosa que se ejecutó).
El cuarto: Trazaba a grandes rasgos la confiscación de los bienes de la iglesia. (Cosa que Juárez ejecuto).
El quinto: que se coartara toda la comunicación de México con el Vaticano.
El sexto: Disponía la disolución de la propiedad de las fincas “rusticas y urbanas, sea cualquiera el título que posean”.
El séptimo: Que se estableciera una alianza estrecha con Estados Unidos
Con excepción de uno, los demás puntos habían sido total o parcialmente ejecutados y solo estaba pendiente el punto sexto. Pero aprovechando la revolución los masones de Estados Unidos quisieron que dicho punto se llevara a cabo; aunque fuera parcial, o sea tolerando la propiedad urbana.
El propósito oculto de esta medida es disolver la fuerza nacionalista e independiente que siempre ha representado en cualquier país el sector agrícola cuando es dueño de la tierra. Disolver este núcleo es el primer paso para luego controlar a las masas campesinas.
El problema es que Madero no había iniciado la revolución con fines ocultos ni quería plegarse a influencias extrañas. Conocía bastante de haciendas y de peones para saber que un cambio brusco y demagógico de sistema acarrearía más daños que beneficios. Sabía que arrojando al peón agrícola a un pedazo de tierra seria causar un problema mayúsculo, pues en la mayoría de los casos no sabría administrar esa tierra ni tendría que cultivar.
Ninguno de los mexicanos que había hablado de reforma agraria insinuó jamás que suprimiera o coartara el derecho de propiedad.
Poco después, los mismos revolucionarios que habían apoyado a Madero ahora se estaban sublevando contra él. Vasconcelos refiere que la animosidad del embajador Lane Wilson iba en aumento después de que no logró, “con unas cuantas frases de halago y algún consejo”, que Madero le consultara los más delicados negocios de Estado. Como Lane Wilson estaba alentando la subversión contra Madero, Vasconcelos se fue a ver a madero durante el paseo matinal de éste por el bosque de Chapultepec y le habló de la posibilidad de lograr un acercamiento con Lane Wilson. “pero Madero esta vez se me exaltó.
--No se imagina, me dijo, la serie de impertinencias que ya hemos tolerado; por último, el otro día quiso levantarme la voz y no se lo consentí…”[5]
Madero se la pasaba apagando brotes rebeldes en el norte y el sur de la República. También estalló un cuartelazo en la ciudad de México. Lo realizaban remanentes del antiguo régimen y gente que sólo trataba de hacerse de una buena posición. El general Manuel Mondragón inició el movimiento con 800 hombres y liberó a los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz. Con su valor temerario, Reyes en persona, a la cabeza de los rebeldes, quiso tomar el Palacio Nacional y fue muerto en la puerta principal. Cientos de cadáveres quedaron tirados en el Zócalo, en su mayoría de curiosos a quienes tomó de sorpresa el fuego de las ametralladoras. Ahí de vivió la llamada “Decena Trágica”.
La muerte de Reyes y el fallido ataque a palacio estuvieron a punto de echar a perder la conjura. Los rebeldes, que eran pocos y que no tenían apoyo en la opinión pública, se refugiaron en la Ciudadela, donde tarde o temprano estarían perdidos. Pero entonces se tendió sobre ellos el brazo protector de Henry Lane Wilson, el embajador de Estados Unidos.
Henry Lane Wilson amenazó a Madero con realizar un desembarque de tropas en Veracruz si en el ataque contra la Ciudadela resultaba perjudicado algún miembro de la colonia estadounidense que viviera allí cerca. Eso tenía por objeto demorar una acción decisiva contra los conjurados.
Los Estados Unidos se percataron de que había sido un error ayudar para llevar al poder a Madero, pues él no estaba dispuesto a ceder a imposiciones y su embajador Henry Lane Wilson, sin disimulo, participó en la intriga junto con la fuerzas porfiristas. Esta participación fue abierta. El embajador daba órdenes directamente. Era el imperio descarnado y cínico.
El 10 de febrero Lane Wilson pedía al Departamento de Estado que enviara “barcos de guerra de tonelaje suficiente para que hagan impresión con los marinos que pueden desembarcar en caso necesario. Medidas semejantes deben tomarse en la frontera”.
De la embajada de Estados Unidos salían informes de que ya venía en camino una flotilla naval con tropas de desembarque. El secretario de relaciones Pedro Lascuráin, y nueve senadores le pidieron[6] a Madero que renunciara para evitar la intervención extranjera; pero él se negó a hacerlo y envió una nota al presidente Taft diciéndole que los ciudadanos estadounidenses residentes en México no estaban amenazados y que no se justificaba una invasión, la cual ciertamente había sido desautorizada por el Senado de ese país.
El 14 de febrero de 1913 el ministro inglés en México le enviaba una nota a Lane Wilson diciéndole que estaba de acuerdo con él en su gestión para hacer que Madero renunciara.
El embajador Lane Wilson amenazaba con una invasión. A la vez mantenía comunicación con los varios diplomáticos y dando un puñetazo sobre la mesa dijo que Madero era un loco y que él (Wilson) iba a poner orden; que ya estaba negociando con Huerta (comandante de la guarnición) y con Félix Díaz (rebelde) y que la caída de Madero era cuestión de horas. Luego persuadió a los representantes diplomáticos para que pidieran a Madero que renunciara. Cuando el embajador español Bernardo de Cologán fue a Palacio a transmitir dicha “exhortación”, el presidente Madero repuso que “los extranjeros no tienen derecho a intervenir en los asuntos internos de México”. Agregó que el pueblo lo había elegido por mayoría abrumadora y que continuaría en el poder.
La cizaña que sembraba Lane Wilson en todos los sectores prendió rápidamente en Victoriano Huerta, jefe de la guarnición de México y encargado de la seguridad del presidente Madero. En consecuencia, no hizo nada efectivo para someter a los revoltosos encerrados en la Ciudadela.
El 18 de febrero, detuvieron a Madero y al vicepresidente Pino Suárez…
Detenido Madero, el embajador Lane Wilson se desenvolvía abiertamente como amo y señor de la política mexicana. La noche del mismo 18 llamó a los generales Huerta y Félix Díaz, los amenazó con una invasión y los hizo firmar ¡en la embajada de Estados Unidos! Un convenio llamado de la Ciudadela, consistente en que Huerta ocuparía la presidencia y Félix Díaz formaría el gabinete con gente suya. Telegrafió al Departamento de Estado felicitándolo “por el feliz resultado de los acontecimientos, los que han sido resultado directo o indirecto de sus instrucciones”.
Otra vez la violencia que engendraría más violencia, promovida desde la embajada de los Estados Unidos.
Al día siguiente, Francisco I. Madero y Pino Suárez fueron obligados a renunciar. El Congreso aceptó por unanimidad esas renuncias obtenidas por la fuerza y en cautiverio, y no hubo ni una sola palabra de protesta.
La esposa de Madero, Sara Pérez, no podía hablar con su marido, que se hallaba preso e incomunicado en el Palacio Nacional, y fue a solicitarle ayuda a Lane Wilson. En una entrevista con el periodista estadounidense Robert Hammond Murray, Sara Pérez relató: “Mostraba (Wilson) que estaba bajo la influencia del licor. Varias veces la señora Wilson tuvo que tirarle el saco para hacerlo que cambiara de lenguaje al dirigirse a nosotros. Fue una dolorosa entrevista.[7] Henry Lane Wilson se sentía ya amo de México.
El 18 de febrero, Gustavo Madero hermano del presidente, había sido también detenido y al día siguiente llevado a la Ciudadela. Súbitamente Gustavo se dio cuenta de que lo iban a fusilar y gritó: “¡Esto es una infamia! ¡Me van a asesinar! ¡Yo no he cometido ningún delito! ¡Déjenme libre!” La chusma se ensaño entonces cruelmente con él, y mientras un hombre le atizaba un marrazo en el único ojo bueno que tenía, otros lo injuriaban y lo llamaban “cobarde”, hasta que terminaron por darle muerte.
Sobre la muerte de Madero hay dos versiones:
La madrugada del 22 de febrero de 1913 Francisco I. Madero y Pino Suárez fueron asesinados por rurales de Cecilio Ocón. Uno de los matones, Francisco Cárdenas, conducía a Madero del brazo, por un llano de la Penitenciaria, y súbitamente sacó su pistola, dio un paso atrás y le disparó dos tiros en el cuello. Madero cayó muerto instantáneamente. Pino Suárez vio la escena, porque iba un poco más atrás, dijo algo ininteligible y trató de correr, pero en ese momento su custodio de hizo dos disparos, que solo lo hirieron; Pino Suárez dio tumbos, cayó quejándose y luego fue rematado por otros pistoleros.
Según la otra versión, Madero se extrañó de que el automóvil de detuviera en un llano, en vez de llegar hasta la puerta de la Penitenciaria; el pistolero Cárdenas le dijo: “Aquí es. Bájese”, a lo que Madero repuso: “Pero… ¿aquí en el campo raso…? ¿Es que me van a matar?” Entonces fue bajado a empellones y Cárdenas le dio dos tiros mortales en el cuello.
Hay muchas evidencias de que el general Aurelio Blanquet[20] ordenó los dos asesinatos, con la anuencia de Huerta. Cuando la muerte de Madero y Pino Suárez le fue comunicada a Henry Lane Wilson, éste no mostro ni sorpresa ni reprobación.
Para entonces, las pérdidas sufridas en México debido a los desórdenes de los dos años anteriores ascendían a 3,412 millones de pesos. El país estaba nuevamente despilfarrando energías y paralizando su progreso.
El sueño democratizador de Madero –hombre limpio, víctima de su ideal- terminó con sangre en la sombría Penitenciaría de Lecumberri.


[1] No le extrañe al presidente Calderón recibir la misma respuesta hoy en día.
[2] Limantour acababa de regresar de Nueva York y el Secretario de Guerra, Dickinson le había hecho saber que Estados Unidos estaban considerando la posibilidad de lanzar cinco mil hombres a la lucha para ocupar la Ciudad de México.
[3] Los ataques de magonistas coludidos con invasores extranjeros provocaron pública repulsión en la península y horrorizaron a muchos de los prosélitos del grupo de Flores Magón, tales como el gran general Leyva y Antonio I. Villareal, que se separaron de él. También Madero reprobó la conducta de los magonistas.
[4] Manifiesto del 18 de mayo. Archivo de Relaciones Exteriores.
[5] José Vasconcelos. Ulises Criollo
[6] Por sugerencia de Lane Wilson.
[7] Entrevista de Robert Hammond Murray a Sara Pérez. Publicada en 1913.
[20] Este deleznable sujeto presumía de haberle dado el tiro de gracia a Maximiliano.